Argos fue el nombre de un gigante de cien ojos y de una ciudad griega de hace cuatro mil años.
También se llamaba Argos el único que reconoció a Odiseo, cuando llegó, disfrazado, a Ítaca.
Homero
nos contó que Odiseo regresó, al cabo de mucha guerra y mucha mar, y se
acercó a su casa haciéndose pasar por un mendigo achacoso y haraposo.
Nadie se dio cuenta de que él era él.
Nadie,
salvo un amigo que ya no sabía ladrar, ni podía caminar, ni moverse
siquiera. Argos yacía, a las puertas de un galpón, abandonado,
acribillado por las garrapatas, esperando la muerte.
Cuando vio, o quizás olió, que aquel mendigo se acercaba, alzó la cabeza y sacudió el rabo.
Eduardo Galeano
Espejos, una historia casi universal.
Siglo XXI Editores
Madrid, 2008